domingo, 21 de septiembre de 2008

Masiosare ¿el extraño enemigo que buscamos?

País verde y herido
comarquita de veras
patria pobre...
M. B.
Si se observa, en mi anterior post recordé un aniversario más del evento simbólico que es considerado por muchos como el nacimiento de la nación mexicana: el sometimiento militar de la ciudad de Tenochtitlan por parte de algunos cientos de españoles y miles de sus aliados americanos.
En fin, algunas semanas después regreso a este espacio para expresarme sobre una serie de eventos que nos ha marcado como nación. Puedo pecar de fatalista, pero pareciera que esta nación mestiza se encuentra en una de sus más penosas situaciones. En verdad que me entistece y preocupa sobremanera la forma como se está manifestando la incapacidad del aparato estatal para ofrecer así sea un relativo sentimiento de paz y seguridad en nuestro país.
Siempre he creído que perder la capacidad de asombro es lo mismo que perder la inocencia; y vaya que ésta la hemos perdido vertiginosamente en los últimos meses.
Hace poco más de un año que en la pista de un tugurio de Uruapan, en plena variedad, y ante la sorpresa de un grupo de excitados caballeros, un comando armado irrumpió para dejarles las cabezas recién decapitadas de algunos de sus enemigos. Aquella ocasión no podíamos creer lo que sucedía. Conforme han transcurrido los meses, se ha vuelto costumbre hablar y escuchar sobre nuevos ejecutados; leer acerca de cuerpos cercenados, degollados, castrados... puedo afirmar con desencanto que nos hemos habituado a eso.
Sin embargo, no estábamos preparados -de hecho, creo que aún no lo estamos, ni lo estaremos- para asimilar la noticia con la que nos despertamos el pasado martes 16 de septiembre, el día de nuestra INDEPENDENCIA. Ese día observamos escenas que confíabamos no veríamos en nuestro México. El par de artefactos explosivos cobraron vidas y mutilaciones en el centro de Morelia (en, para mi gusto, la calle más hermosa del país) nos dejó indefensos ante uno de los peores temores: la presencia del terrorismo. Esa noche destinada al festejo se convertiría en el génesis de una nueva era de miedo, inseguridad y paranóia de la sociedad civil. Esa noche, terminamos de perder la inocencia.
El destino, de quien siempre he dicho que es un enigmático y fascinante demiurgo, me sedujo para acudir a un evento académico en Morelia la semana pasada. Desde el mes de mayo, fecha en que fui aceptado para participar en ese Congreso Internacional cuya temática versaría sobre nuevos enfoques, temáticas y perspectivas relacionadas con la independencia y la revolución, me convencí de que Morelia sería un espacio emblemático, pues a lo largo de su historia, la ciudad y la región han sido protagonistas de significativos procesos y cuna de destacados prohombres. Además, no quería desaprovechar la ocasión de regresar a tierras michoacanas, geografías a las que me une gran cariño y gratos recuerdos.
Llegué a Morelia dos días después de los atentados. Mentiría si digo que dominé mi morbo e ignoré distraerme en las improvisadas ofrendas florales situadas en los lugares de los hechos. A pesar de que varias veces había caminado por ahí, evidentemente mi paso y mi mirada no pudieron ser las mismas; las flores y veladoras ganaron mi atención por encima de la extraordinaria cantera.
El pasado viernes, mientras comía en un restaurant ubicado justo frente a la Plaza "Melchor Ocampo", la zona cero de los atentados terroristas, ocurría a unos 300 km. al norte de ahí, en un fraccionamiento del suroeste de León, Guanajuato, una tremenda balacera y persecusión entre presuntos sicarios y fuerzas federales, estatales y municipales. Sucedió justo en el fraccionamiento en donde crecí y viví por más de 20 años; en donde viven mis padres, algunos de mis grandes amigos y mis mejores recuerdos de infancia.
Las más de dos horas de incesantes ráfagas causaron varios heridos. Lo más lamentable fue que 5 civiles recibieron impactos de bala. Cientos quedaron atrapados en plena avenida en el interior de sus coches y autobuses del servicio público, entre el fuego cruzado. Empleados de algunos negocios fueron hechos rehenes por los perseguidos. Las imágenes mostradas por la prensa muestran escenas propias de una guerra, rostros de auténtico terror. Las calles de mi infancia también han perdido su inocencia; si bien, durante años han sido paisaje de innumerables pecadillos; antecedente de esto, jamás.
Cada vez se vuelve más recurrente las preguntas de millones de mexicanos: "¿Hacia dónde vamos?" "¿Qué es lo que viene?" "¿Qué nos espera?" Amén de quiénes ejecutaron los atentados, agrede más la porquería e incapacidad que está inmersa en las autoridades. Cada vez somos menos los que confiamos en los cuerpos policiales, en la corporación castrense. Evidentemente no ha respuestas concretas, pues no hay certezas sobre lo que está pasando.