Su apariencia tímida, personalidad introvertida, incluso taciturna, desaparecía de inmediato en cuanto lo escuchabas hablar. Su charla te envolvía al instante, pues siempre tenía algo llamativo qué decir de los tópicos y cuestiones por los que vivió: historia, filosofía y literatura (no siempre en ese orden de importancia). Pronto en sus primeras clases y conversaciones nos enteramos que era fan número uno de Edmundo O'Gorman. Discípulo de Abelardo Villegas y Gabriel Zaid, se dio tiempo para conocer de pe a pa la obra de Paz, Cortázar, Borges, entre otros. Su cerebro no era una simple colección de datos y erudición, pues a la menor provocación lograba atrapar al interlocutor gracias a la vinculación de sus saberes con cuestiones cotidianas y hasta con la "simple" anécdota.
Podíamos estar de acuerdo o no con su posición ideológica, con ciertos juicios o con su velada afición cruzazulina (¡bien por él!), pero -aunque reconozco que muchas veces sus conversaciones mutaban en auténticos monólogos- siempre se mostró dispuesto a escuchar.
En el salón de clases, excepto uno que otro condiscípulo deferente y reverente en extremo, no batallamos para tutearlo desde el primer momento. Su actitud jamás mostró esa arrogancia por delimitar el estatus de alumno y maestro. Las sesiones para disertar sobre los escritos de Gaos, Skinner o Berlin fueron más atractivas en "El jardín Modelo" acompañados de una chabela morena, ante el desconcierto de los dos o tres parroquianos que casi siempre acuden y la luz destellante de la opaca mega pantalla de chingomil pulgadas.
Contrastando con su desenfado académico e intelectual, su vida personal fue para todos nosotros un verdadero misterio. Nostálgico de la "capital" jamás se adaptó a su "provincial" ciudad de residencia, aunque no lo dijo -ni lo hubiera dicho- estoy seguro que logró encariñarse con los strawberry fields zamoranos.