miércoles, 26 de marzo de 2008

Hasta siempre

Su apariencia tímida, personalidad introvertida, incluso taciturna, desaparecía de inmediato en cuanto lo escuchabas hablar. Su charla te envolvía al instante, pues siempre tenía algo llamativo qué decir de los tópicos y cuestiones por los que vivió: historia, filosofía y literatura (no siempre en ese orden de importancia). Pronto en sus primeras clases y conversaciones nos enteramos que era fan número uno de Edmundo O'Gorman. Discípulo de Abelardo Villegas y Gabriel Zaid, se dio tiempo para conocer de pe a pa la obra de Paz, Cortázar, Borges, entre otros. Su cerebro no era una simple colección de datos y erudición, pues a la menor provocación lograba atrapar al interlocutor gracias a la vinculación de sus saberes con cuestiones cotidianas y hasta con la "simple" anécdota.
Podíamos estar de acuerdo o no con su posición ideológica, con ciertos juicios o con su velada afición cruzazulina (¡bien por él!), pero -aunque reconozco que muchas veces sus conversaciones mutaban en auténticos monólogos- siempre se mostró dispuesto a escuchar.
En el salón de clases, excepto uno que otro condiscípulo deferente y reverente en extremo, no batallamos para tutearlo desde el primer momento. Su actitud jamás mostró esa arrogancia por delimitar el estatus de alumno y maestro. Las sesiones para disertar sobre los escritos de Gaos, Skinner o Berlin fueron más atractivas en "El jardín Modelo" acompañados de una chabela morena, ante el desconcierto de los dos o tres parroquianos que casi siempre acuden y la luz destellante de la opaca mega pantalla de chingomil pulgadas.
Contrastando con su desenfado académico e intelectual, su vida personal fue para todos nosotros un verdadero misterio. Nostálgico de la "capital" jamás se adaptó a su "provincial" ciudad de residencia, aunque no lo dijo -ni lo hubiera dicho- estoy seguro que logró encariñarse con los strawberry fields zamoranos.